La otra violencia de El Salvador

 
 
El aborto es penalizado en El Salvador, en todos los casos. Pero algunas de las mujeres que han abortado o tenido partos extra hospitalarios en los que no sobrevive el bebé, como el caso de una joven de 19 años llamada Evelyn, han sido condenadas, no por aborto sino por homicidio agravado. El castigo es de 30 años en prisión, lo mismo que un marero condenado por asesinato. Y es común que sean los mismos médicos en los hospitales quienes llamen a las autoridades o amenacen a las mujeres con denunciarlas porque abortaron o intentaron hacerlo.“Una vez me amenazaron con cárcel, acusándome de querer ayudar a una mujer que fue violada y el anticonceptivo de emergencia no funcionó. Llamé a Medicina Legal, toda inocente, diciéndoles lo que había pasado. La persona me dijo que ni me metiera a ayudarle porque presa podía ir”, me dijo Méndez.¿Qué tipo de sociedad amenaza a quienes cuidan, atienden y protegen la salud física y mental de las mujeres? Una sociedad que también es incapaz de cuidarlas y protegerlas cuando van a denunciar los delitos de los que han sido víctimas para que no queden impunes.Muchas salvadoreñas sienten que no pueden confiar en el sistema. A pesar de que la Ley de igualdad y la Ley especial integral para una vida libre sin violencia para las mujeres, ambas de 2011, ordenaron que las instituciones públicas empezaran a brindarles atención especializada, no todas han respondido con la misma celeridad y entusiasmo.Los tribunales especializados en violencia de género tan solo ahora están empezando a funcionar, como me lo dijo una fiscal. Y aunque la policía ha creado decenas de unidades por todo el país, conocidas como Unimujer, tampoco puede protegerlas de la retaliación cuando su agresor se entera de que ha sido denunciado.Si fuera una de esas víctimas, si tuviera que enfrentarme al sistema y a las respuestas de la sociedad salvadoreña, probablemente me habría ido del país. Sería una más entre decenas de miles que se han marchado en los últimos años porque creen que no pueden vivir tranquilas en su país. Tampoco quieren que sus hijos crezcan entre hombres y mujeres, en todos los sectores sociales, que siguen aceptando, perpetuando y a menudo justificando la violencia contra ellas.¿De dónde sale tanto machismo y misoginia? Se lo pregunté a Méndez y a varios especialistas. Quería que sus respuestas me dieran alguna claridad y, sobre todo, algo de esperanza. Pero varios de ellos me dijeron lo que un extranjero nunca quiere escuchar cuando pregunta por un fenómeno aparentemente endémico: “Somos así”.Cualquier iniciativa y apuesta por pensar y tratar distinto a las mujeres, impulsada desde el sector público o por las organizaciones de la sociedad civil, tendrá un impacto marginal si esa es la respuesta —o la disculpa— que una sociedad asume, como si fuera una condición genética inmutable. Como si no fuera posible cambiar.

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