2013. Saber transitar las dificultades que plantea la relación entre padres e hijos adolescentes es un desafío que, en la época actual, implica que los progenitores puedan balancear entre la necesaria autoridad, la adecuada libertad, el conocimiento de una difícil etapa de cambios y el recuerdo de lo oportunamente vivido a esa edad.
Al respecto, compartimos a continuación el artículo del diario La Nación del día miércoles 9 de enero de 2013:
Vínculos entre padres e hijos
La relación con los adolescentes presenta siempre, y más en la época actual, dificultades que la familia debe aceptar y comprender para guiarlos mejor
Los vínculos entre padres e hijos constituyen el núcleo generador de las relaciones que luego se establecen entre menores y mayores en el marco amplio de la sociedad. Las experiencias vividas a lo largo del proceso de crecimiento y maduración en el curso de la infancia dejan huellas que perduran durante toda la existencia. Con el despertar de la adolescencia, los hijos exploran perspectivas antes no conocidas de sus relaciones con el mundo externo y profundiza a la vez en su intimidad. Así encuentra resistencias y aperturas a su expansión y conocimiento. En esta etapa los mayores necesitan tener bien en claro que la adolescencia es una edad de contradicciones en la conducta y en la expresión de sus sentimientos, en la cual un yo inseguro puede llevarlo tanto al aislamiento hogareño como abrirlo a la comunicación con los pares de su edad.
Puede decirse que es el típico momento de inflexión de las relaciones entre padres e hijos. En ese lapso, el grupo de compañeros y amigos de los hijos se torna más influyente que los mayores en sus actos y decisiones. En consecuencia, los padres temen quedar postergados en autoridad y afectos, pues sienten que transitan en un espacio incierto de sus relaciones con los menores. En esa situación en que los conflictos alteran la vida familiar, algunos mayores ceden a las decisiones de los hijos a fin de evitar problemas que no puedan después controlar.
Es oportuno recordar en este punto que normalmente la adolescencia, con sus momentos de crisis en el curso de su desarrollo, luego se va serenando a medida que llega el tiempo de la juventud, en la cual se va imponiendo un equilibrio en las relaciones con los mayores y los pares, lo que significa que se afirma la autonomía propia del joven. También es necesario apreciar que las buenas amistades de los hijos ejercen una función equilibrante en esa etapa en que se desnivela la relación con los mayores. Ésta es una verdad conocida que no debe olvidarse y que es positivo cultivar desde la infancia.
Desde luego, la maduración del hijo en ese tiempo de turbulencias reclama paciencia de los adultos y la inteligencia de evitar discusiones tensas en momentos inoportunos, que sólo dejan narcisismos lastimados. Debe comprenderse, también, que los vínculos con el grupo de compañeros le ofrecen una libertad de transición hasta que gana su autonomía personal. En el grupo, el adolescente encuentra seguridad, un especial tipo de reconocimiento social, nuevas experiencias y un espacio propio para actuar “sin adultos” que lo limiten. Asimismo, el adulto tiene que cuidar de no dañar el amor propio del adolescente, muy sensible a esas heridas.
Sin duda, el camino por recorrer no es fácil y nuestra época lo ha hecho más difícil. La memoria de los padres no debe caer en amnesias y es bueno que recuerden que también fueron adolescentes y ahora, desde otro nivel de madurez, poseen una perspectiva superior de consideración de los problemas. Se ha dicho que los hijos recorren hasta cierto punto la parábola del pródigo para convertirse en adultos. Los padres, también asumen, a veces sin saberlo, los roles de padres del pródigo, para ser verdaderos padres.